Érase
una vez un niño que siempre estaba aburrido. Un día su madre le dijo
que se bajara con los demás niños a jugar, que ya era mayor y le
daba permiso. Él bajó pero al ratito ya
estaba arriba diciendo lo de siempre: "estoy
aburrido".
Sus padres ya estaban
desesperados con él y no sabían que hacer ni que decir ante el
aburrimiento de su hijo. Llegaron las navidades y los reyes le
trajeron muchas cosas pero él seguía diciendo: "estoy
aburrido".
Cansados
todos de escuchar siempre lo mismo decidieron quitarle absolutamente
todos los juguetes y muñecos, para que se aburriera con razón.
Cuando se vio sin nada seguía
con su frase preferida pero al ver que no le hacían caso lloró y
lloró hasta que juró no volver a estar aburrido nunca.