Hace
mucho tiempo, un humilde matrimonio y sus cuatro hijos vivían
felizmente en su pequeña casita junto al bosque. Las tres hijas
mayores
eran niñas y el menor un bebé de meses.
Un día,
hacia el mediodía, la madre
llamó a la mayor de sus hijas y le dijo:
-Ve a la cocina coge leche, queso, pan y vino y llévaselo a tu
padre que
está trabajando, Que yo no puedo ir con el bebé.
La
muchacha arregañadiente hizo tal como se lo había ordenado su
madre y
marchó en busca de su padre. Había recorrido un buen tramo del
camino por
el bosque cuando se dio cuenta que se había perdido. Continuó
caminando un
buen trecho hasta que observó una bifurcación.
A un lado del camino, estaba
sentada la Virgen Pura con su Niño en brazos. Al ver a la niña
la Virgen le
dijo:
-Hola, Preciosa. ¿Me podrías dar algo de leche para mi Niño que
está
hambriento?
La niña le contestó:
-Nada de eso, haga como mi padre que trabaja mucho para ganarse
el pan.
La Virgencita le insistió, pero la niña volvió a negarle su
ayuda. La
muchacha intentó continuar por su camino pero no tenía el menor
recuerdo de
haber pasado nunca por ahí. Así que se dirigió a la Virgen y le
preguntó:
¿Sabes dónde trabaja mi padre? No recuerdo el camino.
La Virgen le contestó:
– Sigue ese camino que baja adentrándose en el bosque y
encontrarás una casa
con unas puertas muy grandes negras. Llama y te abrirán.
La niña
contenta, continuó su camino sin ni siquiera despedirse. A
medida
que avanzaba observaba que el camino se hacía más y más oscuro
debido a la
tupida vegetación. Ya estaba empezando a dudar de aquella
pedigüeña,
cuando se percató de que unos cientos de metros delante había un
gran
portón negro perteneciente a una propiedad. Se acercó llamó a la
puerta y
esperó. Las puertas se abrieron salió el Diablo y se llevó a la
muchacha.
Mientras, la madre, al ver que no tenía noticias de su hija
mayor llamó a
la segunda de sus hijas y le dijo:
– No sé nada de tu hermana. A lo mejor se ha encontrado a alguno
de sus
amigos y se ha olvidado de hacer el encargo. Así que ve a la
cocina coge
pan, queso, leche y vino, y llévaselo a tu padre. Si encuentras
a tu
hermana por el camino dile que te acompañe.
La
muchacha obedeció. Cogió los alimentos y partió en busca de su
padre. Al
igual que su hermana, se encontró con la Virgencita Pura sentada
en la
encrucijada del sendero con el Niño en su regazo. De igual modo
también, la
Virgen le rogó que compartiera su leche con el Niño. Y de igual
forma que
su hermana le negó groseramente el auxilio. La muchacha miró a
ambos lados
del camino sin saber tampoco que camino tomar. Pero su orgullo
no le
permitía ni dirigirse a la vagabunda. La Virgen dándose cuenta
de su
indecisión le dijo fríamente:
– Sigue ese camino que baja adentrándose en el bosque y
encontrarás una casa
con unas puertas muy grandes negras. Llama y te abrirán.
La niña
se hecho a correr camino a bajo y acabó corriendo igual suerte
que
su hermana mayor. La madre preocupada al ver que el tiempo
pasaba llamó a la menor de sus hijas y le ordenó:
– No sé lo que les ha podido pasar a tus hermanas, pero estoy
empezando a
preocuparme. Ve a la cocina coge pan, queso, leche y vino y
llévaselos a tu
padre. Si por el camino no encuentras a tus hermanas díselo a tu
padre para
que las busque, y tú vuelve enseguida para que me cuentes.
Rauda y
veloz la niña hizo lo que la había dicho su madre y partió en
busca
de su padre. Iba corriendo por el sendero cuando oyó el llanto
de un niño.
Se detuvo y observó aquella mujer que intentaba consolar a aquel
hermoso
niño. La estampa le recordó a la que había dejado atrás poco
tiempo antes.
Así que se acercó a la mujer y le preguntó a la mujer:
¿Por qué llora tu niño? ¿Qué le sucede??
La mujer que no era otra sino la Virgen Pura le contestó:
– Tiene hambre y no tengo nada que darle. Veo que llevas comida,
¿podrías
darme algo de leche para el niño?
La niña le respondió:
– No sólo leche, toma todo lo que necesites y come tú también?.
La Virgen sin parar de agradecerlo sólo tomo algo de leche. La
muchacha se
quedó observando al Niño comer. Al cabo de un instante recordó
su encargo y
levantando la mirada observando ambas direcciones del camino. La
Virgen al
apreciar su duda le dijo:
– Sigue este sendero que sube hacia esa loma, y encontrarás una
gran portón
blanco. Llama y te abrirán.
La niña
retomó su camino tras despedirse de la mujer. Al cabo de un rato
encontró el portón tal como le había dicho la señora. Golpeó la
aldaba y la
puerta se abrió. Tras ella apareció San Pedro que sonriendo le
invitó a
pasar. Había un gran salón con tres escaleras, una de oro, otra
de plata y
otra de bronce. San Pedro se dirigió a la niña diciendo:
¿Por cuál de ellas quieres subir?
La niña le contestó:
– Por la de oro.
– Pues adelante, sube. Él contestó.
La niña
subió encantada y al bajar San Pedro la esperaba con un regalo.
Por los buenos sentimientos que tienes, toma estas tres bolitas
de oro
como regalo. Ahora vuelve a bajar por el camino y en la
bifurcación
encontrarás a tu padre.
La niña dio las gracias y partió cantando:
– Estas tres bolitas de oro
que San Pedro me las dio,
para mi padre y mi madre
y para mis hermanitas no.
Pero
nada más salir por la puerta, el Diablo que la estaba esperando
se las
quitó. Así que la niña se puso muy triste y empezó a llorar. San
Pedro al
oírla desde el interior abrió nuevamente la puerta y la invitó a
entrar
nuevamente.
– Venga, no pasa nada. Elige otra escalera por la que subir.
La niña contestó:
– Por la de plata.
La niña
volvió a subir por la escalera, y al bajar San Pedro la esperaba
nuevamente con otras tres bolitas de oro. La niña tomó el regalo
y
nuevamente partió cantando:
– Estas tres bolitas de oro
que San Pedro me las dio,
para mi padre y mi madre
y para mis hermanitas no.
Pero al
igual que antes, el Diablo la esperaba y le arrebató las tres
bolitas de oro. La niña volvió hacia el portón y San Pedro le
volvió a
abrir. Esta vez San Pedro le dijo:
– Bueno, esta vez no te queda más que la escalera de bronce.
Una vez la niña había vuelto a subir y bajar por la última
escalera, San
Pedro le dio otras tres bolitas de oro. A la vez que le dijo:
– Esta vez toma esta estaca, por si te está esperando el Diablo.
Y si te
intenta quitar el regalo, le das un estacazo en la cabeza.
La niña
salió, y ahí estaba esperándola nuevamente el Diablo. Pero esta
vez
la muchacha estaba preparada y le arreó un golpe tan fuerte que
lo dejó
desmallado.
Así la niña partió camino a su casa cantando su canción:
– Estas tres bolitas de oro
que San Pedro me las dio,
para mi padre y mi madre
y para mis hermanitas no.
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