Chacharas

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Chácharas de niños
 

Autor:




Hans Christian
Andersen
   
   
En casa del rico
comerciante se celebraba una gran reunión de niños:
niños de casas ricas y familias distinguidas. El
comerciante era un hombre opulento y además instruido; a
su debido tiempo había sufrido los exámenes. Así lo
había querido su excelente padre, que no era más que un
simple ganadero, pero honrado y trabajador. El negocio
le había dado dinero, y el hijo lo supo aumentar con su
trabajo. Era un hombre de cabeza y también de corazón,
pero de esto se hablaba menos que de su riqueza.



Frecuentaba su casa gente distinguida, tanto de
«sangre», que así la llaman, como de talento. Los había
que reunían ambas condiciones, y algunos que carecían de
una y otra. En el momento de nuestra narración había
allí una reunión de niños, que hablaban y discutían como
tales; y ya es sabido que los niños no tienen pelos en
la lengua. Figuraba entre los concurrentes una chiquilla
lindísima, pero terriblemente orgullosa; los criados le
habían metido el orgullo en el cuerpo, no sus padres,
demasiado sensatos para hacerlo. El padre era chambelán,
y éste es un cargo tremendamente importante, como ella
sabía muy bien.



-¡Soy camarera del Rey! -decía la muchachita. Lo mismo
podría haber sido camarera de una bodega, pues tanto
mérito hace falta para una cosa como para la otra.
Después contó a sus compañeros que era «bien nacida», y
afirmó que quien no era de buena cuna no podía llegar a
ser nadie. De nada servía estudiar y trabajar; cuando no
se es «bien nacido», a nada puede aspirarse.



-Y todos aquellos que tienen apellidos terminados en
«sen» -prosiguió-, tampoco llegarán a ser nada en el
mundo. Hay que ponerse en jarras y mantener a distancia
a esos «¡-sen, -sen!» y puso en jarras sus lindos brazos
de puntiagudos codos, para mostrar cómo había que hacer.
¡Y qué lindos eran sus bracitos! Era encantadora.



Pero la hijita del almacenista se enfadó mucho. Su padre
se llamaba Madsen, y no podía sufrir que se hablara mal
de los nombres terminados en «sen». Por eso replicó con
toda la arrogancia de que era capaz:



-Pero mi padre puede comprar cien escudos de bombones y
arrojarlos a los niños. ¿Puede hacerlo el tuyo?



-Mi padre -intervino la hija de un escritor- puede poner
en el periódico al tuyo, al tuyo y a los padres de
todos. Toda la gente le tiene miedo, dice mi madre, pues
mi padre es el que manda en el periódico.



Y la chiquilla irguió la cabeza, como si fuera una
princesa y debiera ir con la cabeza muy alta.



En la calle, delante de la puerta entornada, un pobre
niño miraba por la abertura. El pequeño no tenía acceso
en la casa, pues carecía de la categoría necesaria.
Había estado ayudando a la cocinera a dar vueltas al
asador, y en premio le permitían ahora mirar desde
detrás de la puerta a todos aquellos señoritos
acicalados que se divertían en la habitación. Para él
era recompensa bastante y sobrada.



«¡Quién fuera uno de ellos!», pensó, y al oír lo que
decían, seguramente se entristeció mucho. En casa, sus
padres no tenían ni un mísero chelín para ahorrar, ni
medios para comprar un periódico; y no hablemos ya de
escribirlo. Y lo peor de todo era que el apellido de su
padre, y también el suyo, terminaba en «sen». Nada
podría ser en el mundo, por tanto. ¡Qué triste! En
cuanto a nacido, creía serlo como se debe, pues de otro
modo no es posible.



Así discurrió aquella velada.



Transcurrieron muchos años, y aquellos niños se
convirtieron en hombres y mujeres.



Se levantaba en la ciudad una casa magnífica, toda ella
llena de preciosidades. Todo el mundo deseaba verla;
hasta de fuera venía gente a visitarla. ¿A cuál de
aquellos niños pertenecía? No es difícil adivinarlo.
Pero tampoco es tan fácil, pues la casa pertenecía al
chiquillo pobre, que llegó a ser algo, a pesar de que su
nombre terminaba en «sen»: se llamaba Thorwaldsen.



¿Y los otros tres niños, los hijos de la sangre, del
dinero y de la presunción? Pues de ellos salieron
hombres buenos y capaces, ya que todos tenían buen
fondo. Lo que entonces habían pensado y dicho no era
sino eso, chácharas de niños
 



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