Dientileche



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DIENTILECHE

El país de
los niños

 
 
 

1
 


El niño de la sonrisa brillante

 


Fito era
un niño como todos. De una sonrisa amplia y dulce como la tuya.


Siempre estaba sonriente, y con orgullo dejaba ver a todos cada
dientecito nuevo que le salía.


Era tal el brillo que irradiaba desde su boca que sólo con verlo
desde lejos la gente sabía que quien venía caminando era Fito,
“el niño de la sonrisa brillante”.

¡Y
ni te imaginas su alegría cuando descubría que otro de sus
dientecitos estaba flojo!


Allí salía nuevamente Fito.


Casa por casa recorría todo su barrio, toda la ciudad,
comentando a sus vecinos que recibiría una vez más la visita del
Ratón Pérez (o del Hada de los Dientes, como le dicen en otros
países).


Cada vez que los vecinos veían por la ventana a Fito tocando a
su puerta, sus corazones comenzaban a palpitar rápidamente, sus
rostros se transformaban, y aparecían en ellos la angustia y la
tristeza.


Porque sabían que detrás de esa alegría enorme que se reflejaba
en la carita del niño por la visita de su gran amigo Don Pérez
 vendría la gran pregunta, ésa que temían y  que Fito hacía a
todos los adultos:


“¿Qué hace el Ratón Pérez


con los dientecitos


de todos los niños del mundo?”

 


 


2
 


El cofrecito repleto de perlas


Nadie
tenía una respuesta capaz de calmar la curiosidad de Fito. ¿Por
qué? Sencillamente porque ninguno lo sabía.


Pero, pese a todas las miradas de asombro de los adultos, Fito
no dejaba de sonreír y les decía:


“No
estén tristes por mí por no poder responder a mi pregunta. Esta
vez esperaré despierto a mi amigo, el Ratón Pérez, y él mismo me
dirá lo que quiero saber:


¿Qué hace el Ratón Pérez


con los dientecitos


de todos los niños del mundo?”


Días y días, noches y noches de espera, y el
dientecito flojo de Fito no caía. Horas y horas pasaba frente al
espejo, mirando su dientecito flojo y despidiéndose de él.


“No me apresuraré. Ya se caerá solito” – se decía.


Nada, pero nada, lograba apagar la tan bonita sonrisa de Fito.


Era admirable la constancia del niño. Mañana, tarde y noche
cepillaba todos sus dientecitos nuevos para que estuvieran
brillantes.

Su
boca era como un cofrecito repleto de perlas.


Ponía mucho esmero también en el cuidado de su dientecito flojo
ya que sería un regalo muy especial para un amigo especial como
lo era el ratoncito.


Cuando la gente preguntaba a Fito cuál era su paseo preferido,
él  les decía:


“Ir a
visitar dos veces por mes a mi amigo Leo, mi odontólogo. Él
controla que mis dientecitos estén sanos. Porque una sola vez me
dolió mucho una muelita por comer dulces… y no me gustó. Ahora
como menos dulces y más frutas.

 


 


3
 


¡A Fito se le cayó el dientecito!

 


Los días seguían
pasando, y toda la ciudad estaba pendiente de la caída del
dientecito de Fito.


Tenían miedo de que ese niñito de la dulce sonrisa se cansara y
entristeciera en la espera. Los vecinos estaban expectantes.
Extrañaban la alegría que todos sentían cada vez que a Fito se
le caía un dientecito.


Era una verdadera fiesta en la ciudad cuando Fito salía a la
calle y se escuchaban sus gritos de júbilo diciendo a viva voz:


“¡Mamá, Papá, abuelitos, vecinos, cartero, panadero,
almacenero,…! ¡Se me cayó otro dientecito! ¡La lá, la lá, la lá!”


Todos juntos, como buenos vecinos, llegaban a su casa a
compartir la alegría por el futuro dientecito que nacería
pronto, y a admirar de cerca el brillo del recién caído.


¡Jamás nadie había visto algo igual!


Llegó el gran día. Como ésos que ya habían vivido antes. El
dientecito flojo de Fito, cayó.


¡La fiesta llegaba nuevamente a la ciudad!

“A
Fito se le cayó el dientecito” – decía cada uno a su vecino.


Todos ellos sabían que el gran sueño de Fito estaba por hacerse
realidad.


“¡Hoy podrás ver al Ratón Pérez, quien resolverá de una vez por
todas esa gran duda que tienes! Acamparemos en tu jardín para
compartir la alegría cuando te dé la respuesta tan soñada!”


Eso le decían, aunque en realidad nadie creía que justamente al
gran Ratón Pérez, que nos visita a todos cuando somos niños y al
cual nunca vimos, tuviera Fito el privilegio de conocerlo
personalmente.


Por más que el sueño lo vencía, el niño procuraba no dormirse.
Sus ojos, cada vez más pequeñitos, trataban de cerrarse. Se
abría uno, se cerraba el otro, hasta que  ¡pum!… ¡se quedó
dormido!

 


 


4
 


¡Y, bueno, otra vez será!

 


Y, de
repente, lo despertó un ruido muy fuerte.


¡Crack!


Era el velador de su mesa de luz que había caído al suelo, roto
en cinco pedazos.


“¡Está aquí! ¡Está aquí!” – comenzó a gritar.


Eran tan, pero tan fuertes los gritos de Fito que todos los
vecinos que acampaban en su jardín también despertaron
sobresaltados.


Fito estaba tan, pero tan feliz porque su amigo lo estaba
visitando que cantaba y gritaba de alegría para que todos lo
oyesen y compartieran la noticia.


Cuando al fin giró su cabeza para hablar con el Ratón, éste
había desaparecido, rápido como un rayo. (Porque los rayos son
muy rápidos, ¿sabías?)


“¡Y, bueno! ¡Otra vez será!” – se dijo sonriendo. – “Tendrá
mucho trabajo hoy en el mundo, visitando más niñitos. ¡Él es de
todos, no sólo mi amigo! Y yo sé compartir. Pronto se me caerá
otro dientecito, y esta vez sí podré hacerle la gran pregunta.”

Se
acercó tímidamente a su almohada para retirar, como muchas otras
veces,  el regalito que sabía le había dejado su amigo Ratón.


Pero eso no era lo que más le interesaba. Lo que sí quería saber
de la propia boca ratonesca:


¿Qué hace el Ratón Pérez


con los dientecitos


de todos los niños del mundo?

 


 


5
 


La cajita de porcelana y la nota

 


Pero esta vez, ¡oh, sorpresa!, el
dientecito ya no estaba debajo de su almohada. Su amado Ratón
Pérez le dejó una cajita hermosa de porcelana blanca con forma
de dientecito. Y no sólo eso sino también una nota.

“No sabía que los
ratones iban a la escuela” – se dijo.

Cuidadosamente toma la
nota primero. Estaba escrita en un fino papel de queso y temía
quebrarla. Una letra de ratón hermosa y prolija sobresalía de
ese mágico papel que Fito no conocía.

La nota decía:

“Querido Fito. Sé
cuál es tu sueño y quiero hacértelo realidad.”

Fito cayó de la
sorpresa sobre la alfombra mullida de su dormitorio y pensó:

“No sabía que era
adivino también. “

Cuidadosamente retiró
los pedazos de la lámpara rota y siguió leyendo.

“Sigue estas
instrucciones.

Mañana a las 12
horas en punto busca la parte más suave del césped de tu jardín.

Lleva allí tu
almohada y con tus dos manos, una a cada lado, toma sus puntas y
mira hacia el cielo.

Verás el arco iris
brillante y majestuoso como siempre, y con forma de cuevita de
ratón pintada de los siete colores más refulgentes y hermosos de
este mundo. 

Sólo míralo,
sonríele y él sabrá qué hacer.

Querido amigo Fito,
¡te espero en Dientileche!

Te quiero mucho.

Tu amigo, Ratón
Pérez.

PD: Abre la cajita
de porcelana blanca que te dejé como regalito y tráela contigo.
Te será muy útil en Dientileche. ”

 


 


6
 


Mañana será el gran día


Pero Fito no entendía nada.

“¿Dientileche? ¿Arco
iris? ¿Cajita?”

Mientras intentaba
comprender y asumir todo lo que decía la nota, abre lentamente
la cajita de porcelana blanca y… ¡oh!  Salen volando por toda su
habitación cientos de sonrisas brillantes, felices, titilantes
cual lucecitas de Navidad.

Todo él estaba
iluminado por sonrisas. Fito sonreía y sonreía de felicidad por
toda esta experiencia que estaba viviendo. Entonces, con sumo
cuidado, tomó con una de sus manitos todas las sonrisas una por
una y las guardó en la cajita de porcelana blanca, que ahora
era, además, mágica.

Muy emocionado se
preparó para descansar. Quería que ya fuera mañana, para vivir
esta aventura.

“¡Hummm! ¡Creo que
esto estará muy pero muy bueno!” – se dijo.

Cepillo de dientes en
mano, pijamas y pantuflas de conejo, ya listo para dormir,
recordó que todos sus amigos estaban en el jardín de su casa
acampando y esperando sus noticias.

Salió, les agradeció a
todos por acompañarlo y les dijo sonriente:

“No tiene importancia
que no haya podido ver a mi amigo el Ratón Pérez. “

Sus amigos se pusieron
tristes. Pero Fito los consoló:

“Estoy feliz y ya les
contaré por qué. Nunca dejen de sonreír y de soñar, amigos,
porque los sueños se cumplen tarde o temprano. No estén tristes.
Regálenme una sonrisa y yo les regalaré otra. Pero sin mi
dientecito flojo porque mi amigo se lo llevó y en su lugar me
quedó una gran ventanita.”

Entonces, todos juntos
le dedicaron una amplia sonrisa a Fito, porque realmente se lo
merecía. Saludaron agitando sus manos y se fueron a descansar.

Fito también lo hizo,
aunque estaba expectante por la aventura que viviría al día
siguiente.

 


 


7

Atravesando el Arco Iris


El tic-tac del reloj y el palpitar agitado del
corazón de Fito eran una misma sinfonía en la oscuridad de su
dormitorio, solamente iluminado por la luz de una inmensa Luna
entrando por la ventana.

Fito se movía de aquí
para allá en su cama. Estaba impaciente por la llegada del nuevo
día que venía asomándose. Hasta que un sol radiante lo despertó.

De repente, dio un
gran salto desde su cama. Apresuradamente cepilló sus dientes y
se vistió. Tomó la nota en papel de queso que le dejó su amigo
ratón y siguió las indicaciones tal cual decía esa hermosa letra
ratonesca.

Temía olvidar algo,
así que leyó la nota nuevamente y se dijo:

“Ya está. Sólo falta
que salga el arco iris.”

Pero todavía no eran
las 12 horas en punto, como indicaba la nota. De repente:

“¡Ahí está! ¡Ahí
está!” – comenzó a gritar Fito. Un brillante y majestuoso arco
iris con forma de cuevita de ratón con los siete colores más
brillantes de este mundo estaba ante los ojos asombrados de Fito.

“Pérez me dijo que lo
mire. Así lo haré.”

Cada vez más abría sus
ojos porque temía que, como era él tan chiquito, el arco iris no
lo viese. Pero no fue así. Mágicamente Fito, montado en la
almohada que tenía firmemente agarrada con una mano en cada una
de sus “orejas”, comenzó a volar por un camino de luces de siete
colores diferentes que llegaba desde el arco iris hasta él.

Así llega al mismo
centro del arco iris y, atravesándolo mágicamente, aparece en
otra dimensión en la que lo primero que vio fue un cartel
brillante con luces titilantes en el que podía leerse:


 


“Bienvenido a Dientileche,


el País de los Niños”.

 
FIN DE LA PRIMERA PARTE
 
 
 
 

 
 



Autor/a del cuento

©
Olga Isabel Román
54 años

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