Elcaracol

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El caracol y el rosal
 

Autor:




Hans Christian
Andersen
   
   
Alrededor del jardín había
un seto de avellanos, y al otro lado del seto se
extendían los campos y praderas donde pastaban las
ovejas y las vacas. Pero en el centro del jardín crecía
un rosal todo lleno de flores, y a su abrigo vivía un
caracol que llevaba todo un mundo dentro de su
caparazón, pues se llevaba a sí mismo. -¡Paciencia!
-decía el caracol-. Ya llegará mi hora. Haré mucho más
que dar rosas o avellanas, muchísimo más que dar leche
como las vacas y las ovejas. -Esperamos mucho de ti
-dijo el rosal-. ¿Podría saberse cuándo me enseñarás lo
que eres capaz de hacer? -Me tomo mi tiempo -dijo el
caracol-; ustedes siempre están de prisa. No, así no se
preparan las sorpresas.

Un año más tarde el
caracol se hallaba tomando el sol casi en el mismo sitio
que antes, mientras el rosal se afanaba en echar
capullos y mantener la lozanía de sus rosas, siempre
frescas, siempre nuevas. El caracol sacó medio cuerpo
afuera, estiró sus cuernecillos y los encogió de nuevo.
-Nada ha cambiado -dijo-. No se advierte el más
insignificante progreso. El rosal sigue con sus rosas, y
eso es todo lo que hace. Pasó el verano y vino el otoño,
y el rosal continuó dando capullos y rosas hasta que
llegó la nieve.

El tiempo se hizo
húmedo y hosco. El rosal se inclinó hacia la tierra; el
caracol se escondió bajo el suelo. Luego comenzó una
nueva estación, y las rosas salieron al aire y el
caracol hizo lo mismo. -Ahora ya eres un rosal viejo
-dijo el caracol-. Pronto tendrás que ir pensando en
morirte. Ya has dado al mundo cuanto tenías dentro de
ti. Si era o no de mucho valor, es cosa que no he tenido
tiempo de pensar con calma. Pero está claro que no has
hecho nada por tu desarrollo interno, pues en ese caso
tendrías frutos muy distintos que ofrecernos. ¿Qué dices
a esto? Pronto no serás más que un palo seco… ¿Te das
cuenta de lo que quiero decirte? -Me asustas -dijo el
rosal-. Nunca he pensado en ello. -Claro, nunca te has
molestado en pensar en nada. ¿Te preguntaste alguna vez
por qué florecías y cómo florecías, por qué lo hacías de
esa manera y de no de otra? -No -contestó el caracol-.
Florecía de puro contento, porque no podía evitarlo. ¡El
sol era tan cálido, el aire tan refrescante!… Me bebía
el límpido rocío y la lluvia generosa; respiraba, estaba
vivo.

De la tierra, allá
abajo, me subía la fuerza, que descendía también sobre
mí desde lo alto. Sentía una felicidad que era siempre
nueva, profunda siempre, y así tenía que florecer sin
remedio. Tal era mi vida; no podía hacer otra cosa. -Tu
vida fue demasiado fácil -dijo el caracol. -Cierto -dijo
el rosal-. Me lo daban todo. Pero tú tuviste más suerte
aún. Tú eres una de esas criaturas que piensan mucho,
uno de esos seres de gran inteligencia que se proponen
asombrar al mundo algún día. -No, no, de ningún modo
-dijo el caracol-. El mundo no existe para mí. ¿Qué
tengo yo que ver con el mundo? Bastante es que me ocupe
de mí mismo y en mí mismo. -¿Pero no deberíamos todos
dar a los demás lo mejor de nosotros, no deberíamos
ofrecerles cuanto pudiéramos? Es cierto que no te he
dado sino rosas; pero tú, en cambio, que posees tantos
dones, ¿qué has dado tú al mundo? ¿Qué puedes darle?
-¿Darle? ¿Darle yo al mundo? Yo lo escupo. ¿Para qué
sirve el mundo? No significa nada para mí. Anda, sigue
cultivando tus rosas; es para lo único que sirves. Deja
que los castaños produzcan sus frutos, deja que las
vacas y las ovejas den su leche; cada uno tiene su
público, y yo también tengo el mío dentro de mí mismo.

¡Me recojo en mi
interior, y en él voy a quedarme! El mundo no me
interesa. Y con estas palabras, el caracol se metió
dentro de su casa y la selló. -¡Qué pena! -dijo el
rosal-. Yo no tengo modo de esconderme, por mucho que lo
intente. Siempre he de volver otra vez, siempre he de
mostrarme otra vez en mis rosas. Sus pétalos caen y los
arrastra el viento, aunque cierta vez vi cómo una madre
guardaba una de mis flores en su libro de oraciones, y
cómo una bonita muchacha se prendía otra al pecho, y
cómo un niño besaba otra en la primera alegría de su
vida.

Aquello me hizo bien,
fue una verdadera bendición. Tales son mis recuerdos, mi
vida. Y el rosal continuó floreciendo en toda su
inocencia, mientras el caracol dormía allá dentro de su
casa. El mundo nada significaba para él. Y pasaron los
años. El caracol se había vuelto tierra en la tierra, y
el rosal tierra en la tierra, y la memorable rosa del
libro de oraciones había desaparecido…

Pero en el jardín
brotaban los rosales nuevos, y los nuevos caracoles se
arrastraban dentro de sus casas y escupían al mundo, que
no significaba nada para ellos. ¿Empezamos otra vez
nuestra historia desde el principio? No vale la pena;
siempre sería la misma.
 



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