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Enya era
una niña de 9 años, vivía con su mamá y papá, tenía buenas notas
en la escuela, su vida era tranquila y pacífica. En las noches
siempre tenía el mismo sueño donde corría subiendo una colina y
al alcanzar la cima, había una cabaña pequeña con un gran roble,
siempre el lugar estaba de noche, y las estrellas cubrían el
cielo con una gran luna iluminándolo todo, haciendo que el roble
proyectara una gran sombra en el césped y las flores que habían
en él, ella brincaba y corría hasta despertar, y cuando lo
hacía, sabía que a la siguiente noche volvería a la misma
ilusión.
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Un día
antes del verano, sus padres le dijeron que por sus buenas notas
saldrían de vacaciones a un bosque en las afueras de la ciudad.
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Cuando
iban llegando, Enya se asomaba por la ventanilla del auto,
intentando apreciar cada detalle del paisaje, pero en ese
momento divisó una colina y en la cima se alzaba a notar un gran
roble muy parecido al sueño que siempre tenía.
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Enya les
dijo a sus papás que si le concedían el permiso de salir a ver
aquel lugar; ellos se lo permitieron. Enya corrió tan rápido
como sus pies lo permitieron, y al ir subiendo percibió una
cabaña pequeña.
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Al estar
en la cima tocó la puerta por curiosidad, al llamado de la
puerta acudió un anciano de tal vez 75 años, éste al ver a la
niña se quedó perplejo, sus ojos se agrandaron mas de lo normal,
expresaban confusión, miedo e incertidumbre; no pudo abrir la
boca para mencionar el saludo que había planeado decir a
cualquier persona que fuera quien tocara su puerta. Enya al ver
su expresión de susto, le preguntó si se encontraba bien, el
hombre pasó la saliva y pudo mencionar que ella era el fantasma
que allí se paseaba por las noches.
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En ese
momento, la niña comenzó a observar a su alrededor viendo que
todas las flores eran del mismo color que en su sueño, y estaban
exactamente en la misma posición, sin olvidar aquella sombra que
proyectaba en el suelo el gran roble, aquella sombra que le daba
una confianza y protección, ahora le daba miedo e intriga.
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Comprendió que el sueño pasaba en su mente, pero eso no
significaba que no sea real. |
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Autor/a del cuento |
©
Arturo Guerrero Castro
– 18 años
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