"No tiene importancia lo que yo pienso
de Mafalda. Lo importante es lo que Mafalda piensa de mi"
Julio Cortázar
Si
bien es cierto al principio, hacerla fue muy divertido.
Mafalda llegó a
convertirse para Quino (Joaquín Lavado) en un personaje opresivo, en casi una
obligación. Lo tenía harto. Fue así como un 25 de junio de 1973 decidió matarla,
y desde ese entonces la niña fue hecha sólo para tiras de ocasión o para
promover alguna campaña dirigida a los infantes. „Deje de hacerla hace unos
meses“ – dijo Quino en una entrevista que le hicieran en ese año- „y sí, estoy
más cómodo. Más libre. Son ya diez años de tiras, y empezaba a repetirme. Me
pareció más honesto, más sano dejar de hacerla.“
Una niña macanuda
En la vida real yo nací el 15 de marzo de 1962.
Mi papá es corredor de seguros, y en casa se entretiene cuidando plantas. Mi
mamá es ama de casa. Se conocieron cuando estudiaban juntos en la facultad, pero
después ella abandonó para cuidarme mejor, dice. El nombre que me pusieron fue
en homenaje a una niña que trabajaba en la película. Dar la cara, que se hizo
leyendo el libro del escritor David Viñas. El 22 de septiembre de 1964, Quino me
consiguió una recomendación para trabajar en la revista Primera Plana, y en
marzo del ’65 me llevaron al diario EL Mundo…“
Mafalda. Divertida,
angustiante, exasperante, perturbadora y hasta aterradora. Para hablar de
Mafalda no se escatima en adjetivos, pues esta niña de apenas uno centímetros de
estatura logra almacenar tanta diversidad dentro suyo que resulta indefinible.
Para muchos es un pequeño monstruito intelectual, para otros una chiquilla
cargada de ironía y para su creador, Quino, una tortura.
Mafalda es una niña
de clase media, aburguesada y de inteligencia notable. Tiene una capacidad
especial para sacar de quicio a sus padres, y sus preguntas plantean situaciones
que al parecer salen de lo normal, pero que en realidad son lugares comunes.
Sus inquietudes por el mundo que la rodea, su preocupación por el futuro de la
Tierra y de la Paz, por la política, por los pobres se contagian al resto de
personajes que pueblan su mundo, introduciendo a niños comunes y corrientes en
cuestionamientos que traspasan las barreras de la edad. Así metió en la colada a
Felipe (despistado
y simple), a
Susanita (revejida
y chismosa: cada vez que habla parece el Premio Nóbel de la Clase Media), a
Manolito (terco y
obsesionado con la plata), a
Miguelito
(inocente, tierno y fantasioso a más no poder), a
Guille (bebé
hiperactivo y súper despierto) y a
Libertad (reaccionaria y rebelde mocosa).
Quino existe y Mafalda es su profeta
La realidad tan concreta de
Mafalda y su
pesimismo acérrimo ante la vida no le impidieron seguir creyendo. „Creo todavía
en los Reyes Magos. Melchor, Gaspar y Baltazar existen porque me lo dijo mi
papá“, dice.
Quizás los deseos y ansiedades de esta niña y sus amigos sean solo un reflejo de
su creador, quien ha logrado albergar en estos personajes infantiles
reflexiones, angustias, ternuras y alegrías sin edad.
Mafalda, una
pequeña que siente una especial fascinación por Los Beatles (quienes según ella
deberían ser los presidentes del mundo), que muere por la televisión, los
noticieros y el pájaro loco; que adora las hamacas, irse de vacaciones, leer,
jugar bowling; que detesta la sopa, el calor, la violencia y que le pregunten a
quién quiere más: si a su papá o a su mamá; y que no tiene pelos en la lengua
(vive aterrada ante la posibilidad de que le aparezcan), fue el arma perfecta
para soltarle sus verdades a los que ocuparon el poder durante aquellos años en
Argentina y el mundo. Felizmente que Mafalda no creció.
Se la imaginan ahora? Quería ser traductora de las Naciones Unidas.
Definitivamente si Quino no la hubiese matado se hubiese metido un balazo.