El día estaba radiante. El sol bañaba con sus
rayos de luz aquel lugarejo donde el verde de la grama aumentaba la
sensación de frescura y la disposición de arbustos degeneraba el
espacio real. Los bichos se divertían saltando de hoja en hoja sobre
los pequeños arbustos.
Un
sapo observaba y esperaba la oportunidad para dar el salto y
alimentarse con uno o más de ellos. La fiesta era del saltamontes y
éste había invitado a los demás insectos. Las abejas llegaban
trayendo miel y polen de las mejores flores silvestres. Las hormigas
en fila india descargaban granos diversos y partículas de azúcar que
los escarabajos acomodaban en grandes hojas y las organizaban como
si fueran grandes mesas. Los mosquitos en coro cantaban una suave
música segundados por los zancudos. Las luciérnagas esperaban la
noche para ayudar en la iluminación. Las mariposas bailaban en
parejas al son de los instrumentos de las cigarras.
Era
ya la hora de comer; todos estaban sentados a la mesa cuando uno de
los insectos, la mariquita, se percató de que no había nada para
beber.
El sapo que observaba atentamente vio que era su gran oportunidad y
se acomidió para buscar lo que faltaba. Los insectos medio temerosos
escucharon la propuesta del sapo.
Luego
de unos instantes, el saltamontes dueño del cumpleaños, resolvió
aceptar lo que proponía el sapo.
Éste
desapareció de dos saltos en dirección al sur. Mientras daba los
saltaba para llegar a la charca, maquinaba la forma de engañar a los
insectos y devorarlos; pensaba mil y una manera de cómo realizaría
su cometido.
Yo
el sapo paró tempestivamente sus zancadas y se aproximó a la
lechuza, sabia ave del reino animal, y le preguntó si conocía alguna
hierba que haga dormir.
– ¿Para qué la quieres? – La lechuza preguntó –
El sapo muy listo y disimulado, mostrándose muy preocupado, le
respondió.
– Sabe señora lechuza, tengo amigos que trabajan día y noche y me da
mucha lástima que no puedan descansar, me gustaría ayudarlos y…
tal vez si ellos durmieran un poco…
La lechuza, en cuanto escuchó la razón y le respondió enseguida que
sí, pensando que era un gesto noble de parte del sapo.
El anfibio no cabía en sus pantalones y saltaba de alegría pensando
que había encontrado la solución perfecta para comérselos. Su
corazón latía con fuerza… Esperando ansioso la entrega de la
hierba.
Esa actitud excitante del sapo hizo aparecer un tono de desconfianza
en la lechuza.
La sabia ave había intuido algo, aunque no sabía qué. Pero, voló por
la pequeña floresta y luego de unos minutos regresó con las hierbas.
Las entregó al sapo y volvió a preguntarle.
– ¿Qué vas a hacer con esto?
–
Bueno, como le dije mi querida señora mi preocupación por mis
compañeros es verdadera. Mira, mi amigo Mingo, el cocodrilo, hace
días no consigue dormir y yo le prometí que buscaría una solución
por eso recurro a ti sabia y amiga lechuza.
– Amigo sapo, toma cuidado con esto que en tus manos pongo, pues si
se usa para malos propósitos el beneficio se tornará maleficio.
El sapo no escuchaba los consejos de la lechuza. Estaba tan inmerso
en sus malos pensamientos que ignoró, mejor dicho, realmente no
escuchó… cogió las hierbas e inmediatamente las colocó en un
recipiente lleno de agua. Sus ojos grandes y desorbitados brillaban
como dos bolas de árbol navideño. Agarró el recipiente de esa
transparente agua y se dirigió hacia la fiesta.
A estas alturas todos los habitantes de ese lugar sabían del baile y
se aproximaban para chismosear. Las golondrinas, el águila y hasta
la culebra que muy pocas veces se relacionaba con ellos aparecieron
por esos lares.
Cuando llegó el sapo todos estaban cantando una canción de Zé
Pagodinho que sirve para mover el cartílago. La mayoría de los
bichos estaban con la garganta seca. Todos estaban tan felices que
en esos momentos se olvidaron de la amenaza que representa un sapo
para ellos. Lo recibieron como buenos amigos. Sirvieron el refresco
en pequeños recipientes
El
sapo se contagió por unos instantes de esa camaradería y aceptó la
bebida que le ofreció el saltamontes. Luego de ingerir el primer
sorbo el sapo recordó su propósito, pero ya era demasiado tarde, en
pocos segundos caía, se desvanecía en un profundo sueño. Al ver
esto, todos los animales se asustaron dejaron caer sus vasos y
comenzaron a correr o volar en diferentes direcciones.
En pocos minutos ya no había nadie en esos parajes excepto el cuerpo
inerte del sabiondo anfibio que tal vez servirá de alimento a la
culebra que expiaba escondida entre la vegetación rastrera. |