Érase
una vez una perra que vivía en un chalet con una niña llamada
Silvia.
El padre de
Silvia le dijo un día:
– Hija, ve y
saca a la perra a pasear. Ah, y por cierto, ¿ Cuándo le piensas
poner nombre?
– Ya, papá. Se
va a llamar ¡Lusi!.
– Pues vete, y
saca a Lusi.
– Vale papá.
Cuando
volvieron, estaban llenas de barro y su padre les dijo:
– Hija, ve a
lavar a la perra y después te lavas tú y arréglate que nos vamos a
una fiesta.
¡Ah!, y Lusi
se queda.
– No, Lusi no
se queda, me la llevo a la fiesta, se portará muy bien y además la
voy a poner muy guapa, ¿vale?
– Lo que
quieras, y tú, ponte guapa.
Se fueron a la
fiesta. Cuando volvieron se tomaron un chocolate y se fueron a
dormir.
Cuando se
despertaron, Lusi se había escapado y no la encontraron. Siguieron
buscándola muchos días, pero no aparecía. Silvia estaba muy triste.
Un día,
Silvia vio que una de sus amigas ,Lilvia, tenía a Lusi y le dijo:
– ¡Devuélveme a mi perra, devuélveme a Lusi!
La amiga
enfadada le decía:
– No, no es tu
perra, no es Lusi, es mía; mira.
– Mira bien,
en el collar no pone Lilvia, si no Silvia.
– No, no puede
ser, es mi perra.
El padre de
Silvia se acercó al oír los gritos, observó a la perra y se alegró
mucho y dijo:
– Esa perra es
de mi hija.
Entonces, vino
el padre de Lilvia y dijo:
– En el collar
pone Lilvia, la perra es de mi hija.
Como no había
manera de ponerse de acuerdo, decidieron llamar a quien había
escrito el collar y éste dijo que sí, que ponía Silvia, pero que si
hubieran puesto el nombre del perro habría sido mejor, y si le
hubiesen mirado el chips, habría sido más fácil de saberlo.
Silvia se
fue tan contenta con su perra Lusi y desde entonces Lilvia la visita
más y son
mejores amigas
las tres: Silvia, Lusi y Lilvia.
Colorín colorado este cuento, tan mal no ha acabado…