Érase
una vez un chico afable, listo y muy divertido pero con un gran
defecto, pese a todas sus virtudes, y es que era muy vago. No le
gustaba mucho estudiar y aunque sus padres le reprochaban su
actitud, ya que sabían que por muy poco que el pusiera de su
parte podría ser un estudiante magnifico. Antoñito seguía en sus
trece y no quería coger un libro ni por el forro.
Sus
padres estaban preocupados y decidieron ir a hablar con los
profesores de su hijo. Pero como imaginaban estos les dijeron
que Antoñito era muy listo pero no quería trabajar, pues le
podía más el gandulismo. Y que la única solución, era que el se
diera cuenta de su error, poniéndose manos a la obra. Así que
desesperanzados se fueron del colegio, pues no sabían que hacer
para que Antoñito entrara en razón.
Al
llegar a casa le contaron a su hijo lo que habían hablado con
los profesores y por más que le animaron diciéndole que el era
muy listo y que podía conseguirlo si se esforzaba, no
consiguieron nada de nada. Antoñito seguía igual, no cogía un
libro ni para mirar las fotografías.
Así pasaron varias semanas y el curso continuaba sin ninguna
mejora por parte de Antoñito.
Hasta
que una mañana la profesora vino acompañada de un nuevo alumno,
se llamaba Hafar y venia de muy lejos, había cruzado el mar en
una barcaza insignificante, arriesgando mucho su incipiente
vida, con su madre y otras doce personas en busca de un futuro
mejor y más digno. La señorita lo sentó al lado de Antoñito y
como Hafar sabia muy poco de nuestro idioma, le encomendó que le
ayudara a aprenderlo. Antoñito no paraba de mirarle, ya que le
parecía una tarea muy complicada el comunicarse con el nuevo
compañero sentado a su lado, pero enseguida comprendió que entre
los niños todo es fácil, incluso entenderse sin necesidad de
palabras.
Antoñito
y Hafar se hicieron muy amigos. Tanto es así, que Hafar aprendió
muy pronto a hablar español. El siguiente paso fue ayudarle a
aprender a leer. Esto ya era una tarea más complicada pero Hafar
tenía un gran entusiasmo y una gran curiosidad por aprenderlo
todo. Esto hacia que Antoñito se motivara y para ayudar a su
nuevo amiguito, se esforzara por leer antes las lecciones, para
poder explicárselas después.
Tal era
su afán porque su amiguito comprendiera las cosas, que sin darse
cuenta empezó a estudiar cada vez con más ahínco. Siempre con la
intención de que a Hafar así le resultara todo muy sencillo.
Y así
poco a poco se fue introduciendo en el mundo de las matemáticas,
la lengua, la ciencia, la historia, la música..
Cada cosa nueva que aprendía le resultaba más y más fascinante.
Después se lo explicaba a su amigo de una manera tan sencilla y
con tanta dedicación que Hafar estaba encantado de saciar su
curiosidad con tan buen profesor. Y así, sin darse ni cuenta,
sus notas comenzaron a ser admirables, no bajaban de
sobresalientes.
Sus
padres estaban muy orgullosos de él, al igual que sus
profesores. Pero el que se sentía más dichoso de todos era su
gran amigo Hafar, pues después de ese tiempo así lo eran,
gracias a Antoñito había aprendido a hablar y a leer bastante
bien nuestro idioma, e incluso sus asignaturas iban muy bien en
el colegio. Aunque quizás me equivoco y el más orgulloso de
todos era Antoñito, porque cuando miraba a su amigo no veía el
logro que él había producido en Hafar. Muy al contrario,
Antoñito veía lo que su amigo había logrado hacer con él, que el
mundo tan maravilloso de los libros, del saber, se había abierto
ante sus ojos, inundándolo y llenándolo plenamente. Dándose
cuenta,de que por suerte, era una fuente inagotable de la que
pensaba seguir bebiendo el resto de su vida y por la que le
estaría siempre muy, muy agradecido.
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